La capital de Bangladesh, Dhaka, la vivimos en dos tiempos y entre esos tiempos nos escapamos a Srimangal. Para llegar a Srimangal, optamos por tomar el tren. Creemos que es la mejor opción, antes que un autobús. De Dhaka salen varios trenes diariamente que te dejan en esta población un poco alejada del ajetreo de las grandes ciudades. No es pequeña, pero tampoco es muy grande. La experiencia resultó curiosa.
Tras unos días en una atmósfera más relajada podemos comentar que venir aquí fue una buena decisión. Al menos ver el movimiento que genera una ciudad más pequeña y los alrededores más rurales. Esta población se encuentra en la parte noreste del país y se caracteriza principalmente por sus plantaciones de té y su clima más suave. Los alrededores están plagados de campos donde se cultiva té, pero también de aldeas donde viven diferentes etnias. Los bangladesíes se escapan a esta ciudad para tomarse un respiro, por eso hay tanta oferta de hoteles y restaurantes para ellos. No hay que imaginarse una ciudad turística al uso. Es una ciudad turística estilo Bangladesh.
Al principio no fue fácil encontrar un hotel barato donde quedarnos, nos costó un poco. De noche, sorteando rickshaws, nos pedían lo que querían por habitaciones que podrían ser jaulas de ratones perfectamente. Decidimos quedarnos en el que, según nos dijeron, fue el primer hotel de la ciudad. Verdad o no, nos dieron una habitación decente a un precio bueno. Determinamos que lo que solía ser rutinario, aquí nos absorbía más energía de la cuenta. Hablando de energía, nuestro estomago en ese momento nos estaba pidiendo a gritos que lo tuviéramos en cuenta antes de irnos a la cama. Las moghlai paratha. Esta paratha frita rellena de huevo y verduras acompañado de una salsa excelente es la cena de muchos locales.
Visitar las plantaciones de té del Bangladesh Tea Research Institute es una buena manera de alejarse del ruido. Además, andando, se pasa por alguna aldea de las que hay repartidas y ves escenas cotidianas de la vida rural de este país. El instituto en sí no tiene nada, varios edificios, pero poco interés si ya has visto otras plantaciones antes. Lo que sí, que es un lugar donde se puede pasear sin problemas. En el camino de regreso, por la carretera principal, se pasa por un parque conmemorativo donde en su momento hubo una fosa común ,y al lado hay un río donde solo acuden mujeres de una etnia de las aldeas cercanas, a hacer la colada, lavarse o a limpiar los cacharros de algunos locales de la ciudad a cambio de unas pocas takas. Extienden los sarees en el suelo para secarlos mientras ellas se agrupan para hablar de esto o de aquello mientras se peinan.
De buena mañana y sin rumbo fijo nos perdimos por las calles de esta pequeña ciudad , y siguiendo los pasos de la mayoría, dimos con un mercado sorprendente. Era la hora del desayuno y sentados en un puesto con un chá en mano, nos lo pasamos observando el ir y venir. Es un mercado al uso, muy auténtico. No hay productos exóticos ni lo último en tecnología, pero tienen unos puestos de comidas y animales que no hay diseñador de escaparates que pueda competir. Todo cuidadísimo. Además los vendedores son amabilísimos y la actitud con la que venden nos encantó. Os los presentamos.
Un joven vendedor nos abordó entusiasmado en el mercado con ganas de presentarnos toda la fruta y verdura que había en él. Quería invitarnos a todo. ¿De dónde sois? Mira aquí está mi puesto, es sencillo, pero vendo mucho. ¿Has desayunado? ¿No? Un chá, te invito. ¿Quieres leche? ¿Fumas bidis? ¿Has leído el periódico de hoy? Si quieres te traduzco. Cuanto nos alegraba que cada vez que se nos acercaba alguien en este país la primera pregunta fuera. ¿De dónde sois? Era señal de interés y bienvenida.