Si nos imaginamos una ciudad en medio del desierto rápidamente nos formamos una imagen concreta de ésta. Árida, calurosa, polvorienta y con dunas. Así es Dunhuang. Se encuentra en el Desierto del Gobi y es la puerta de entrada al desierto de Taklamakán. A diferencia de otras ciudades chinas – fuera de temporada – ésta nos resultó especialmente tranquila. A las afueras de la ciudad está la puerta de entrada a las dunas. ¿Por qué puerta? Porque el gobierno chino ha decidido cerrar el acceso a esta parte del desierto, controlar la entrada y hacer pagar por ver y disfrutar de éste. Vale que dentro hay un oasis con forma de luna creciente que pinta ser muy bonito. Vale que se hacen paseos a camello. Vale que el gobierno chino puede hacer lo que le de la gana pero nos sigue pareciendo un abuso. Nos paseamos entre camellos, y merodeamos en los alrededores, pero no accedimos a dejarnos ni un yuan por pisar incontables granos de arena amontonados y moldeados por el viento.
Lo que no queríamos dejar pasar la oportunidad era ver las Cuevas budistas de Mogao. Estas grutas son muy importantes dentro de la Ruta de la Seda y desde 1987 son Patrimonio de la Humanidad. Se empezaron a construir en el s. IV d.C. Durante los diferentes periodos históricos se fueron creando las cuevas y cada una toma una influencia diferente. Es evidente que un lugar como este concentra un gran conocimiento. Prueba de ello son los tantos manuscritos encontrados y que se guardan a buen recaudo. Las cuevas, por fuera, cuando las encontraron tenían otra pinta. Ahora, después de años de reconstrucción y mantenimiento, lucen un tanto artificiales para nuestro gusto. Entendemos que para preservarlas hay que mantenerlas y sustituir elementos deteriorados… pero se han pasado. Lucen totalmente diferentes y perfectas. Muchísimo más que en su momento álgido.
De las cuevas nos gustaron especialmente sus pinturas interiores. También el buda gigante en el interior del templo principal y el buda reclinado con un montón de esculturas de personas con rasgos diferentes atrás, lo que evidencia la cantidad de etnias que cruzaban esta parte del mundo. Lo más divertido sin duda fue hacer la visita con una guía china, en chino y con chinos. Hay que decir que nos enteramos de más cosas de lo que esperábamos, el poder de la deducción y un chino del grupo que chapurreaba inglés nos ayudó.