Anatolia central es una de las regiones más visitadas de Turquía. La región más famosa es Capadocia. Esta vez, rumbo a Estambul, nos centramos en otros lugares donde poder ver y conocer más de cerca la vida cotidiana de los turcos. Escogemos Sivas, Tokat y Amasya, importantes ciudades en la historia de Turquía.
La ciudad de Sivas nos recibió amablemente. Mientras esperábamos que llegara nuestro anfitrión, se nos acercó un hombre a ofrecernos ayuda. Su curiosidad enlazó con una conversación y una invitación a tomar té en su casa mientras llegaba nuestro amigo. Amablemente la rechazamos, si las aceptamos todas aún estaríamos en la primera población. Nos encanta la predisposición de los turcos en hacernos las cosas fáciles. Volkan, nuestro anfitrión, nos recibió. Hicimos buenas migas desde el primer momento.
Sivas es una ciudad muy agradable con mucha vida cerca de la plaza Hükümet y la avenida Atatürk, zona donde se encuentra la gran mayoría de monumentos históricos. Hay caravanserais, madrazas, mezquitas y baños. Solo hay que buscarlos. La Gök Medressi, la Buruyice Medresse o la Şifaiye Medrese. La Gran Mezquita. Cada uno de los edificios que hay en la plaza Hükümet es de suma importancia histórica y se puede disfrutar de su ambiente tomando un té en su antiguo caravanserai, plantarse delante de las ruinas de la fachada de una antigua mezquita o sentarse junto a los locales a la llamada del rezo. La avenida Atatürk es sin duda el punto neurálgico, las familias pasean arriba y abajo mirando escaparates o sentándose a tomar algo. Sí o sí hay que perderse por el bazar. Hay que entender que en esta ciudad el 4 de septiembre de 1919 Turquía se fundaba como país, en el Congreso de Sivas. El movimiento lo encabezó Atatürk. Y los días que estuvimos, Turquía cumplía 100 años.
Al caer la noche nos encontrábamos con Volkan para cenar y conversar en su casa, otros días nos mostraba otras partes de la ciudad que no conocíamos, nos presentó a sus amistades y nos ponía al día de la situación actual del país. Fue muy interesante conocer su pensamiento, y es que gente con ganas de cambiar el mundo la hay en todos los rincones de este planeta. Nos costó muchísimo marcharnos de Sivas, después de varios intentos dimos el paso de despedirnos de Volkan y proseguimos viaje. Qué suerte tenemos los viajeros de que hoy en día existan aplicaciones de mensajería instantánea o las redes sociales.
Nos fuimos a Tokat. No habíamos decidido quedarnos. Teníamos pensado visitar durante el día y proseguir viaje hacia Amasya. Aprovechamos el día al completo. Visitamos el barrio que queda a los pies de la antigua fortaleza donde se encuentra el Museo. Nos llamaba la atención esas miradas a las puertas de los negocios, esas casas otomanas y los signos de que en otros tiempo la vida transcurría, aquí también, a otro ritmo. Nos detuvimos en la mezquita Ali Pasha a observar la hora del rezo, todos los hombres, bien ordenados y coordinados entonando las oraciones tiene un no sé qué que nos detiene nuestro avanzar. Es como hipnótico. Visitamos también Tokat Taşhan un lugar histórico que antiguamente era un caravanserai pero que hoy hay tiendas y terrazas para tomar algo mientras se disfruta de una atmósfera distendida.
Nos acechaba la tarde y queríamos llegar a Amasya. Nos habían explicado que Amasya era otro cantar, mucho más turístico para los propios turcos. Sobretodo por parejas de recién casados, que escogen las orillas del río Yeşil para tomarse las fotos de boda y pasar la noche en alguno de los hoteles ambientados en la era otomana.
Reconocemos que la ciudad es muy bonita. La orilla con sus casas otomanas reflejadas en las tranquilas aguas son fotogénicas a más no poder. Cuna de reyes, artistas, poetas y pensadores, desde los Reyes de Ponto pasando por el geógrafo Estrabón. Si alzas un poco la vista ves claramente unas cuevas esculpidas en la roca que corresponden a las tumbas pónticas. Pateamos muchísimo el día que llegamos, de punta a punta de la ciudad, en busca de un hotel económico. Era tarea imposible encontrar uno. Muchos, sin ser baratos, ya estaban llenos. No desistimos, se nos hizo de noche y finalmente dimos con uno que cumplía con nuestro bolsillo. A cambio, esa noche tuvimos que renunciar a echarle algo al estómago porque todo estaba cerrado.
Paseamos la ciudad, su calle adoquinada más famosa, visitamos los alrededores y topamos con una madraza en uso. Nos colamos dentro disimuladamente, como aquel que no quiere la cosa y pudimos ver a jóvenes practicando sus oraciones, leyendo el corán e incluso persiguiéndose por los pasillos. Un momento que nos dejo sin palabras.