Cuanto más cerca estaba el día para cruzar a Turkmenistán, más sentiamos la emoción de traspasar la frontera. Obtener la visa fue un subidón, pero estar a las puertas del país aún fue más emocionante. No teníamos apenas información reciente de otros viajeros, pero con ganas encaramos el edificio del control fronterizo para presentar nuestros pasaportes. Al salir levantamos dedo a un coche que venía lleno. Dentro, la familia entera. Igualmente se pararon y nos hicieron hueco más nuestras dos mochilas incluidas. Ellos no iban exactamente a Turkmenabat, pero nos sacaron de allí y nos dejaron a unos 7 kilómetros de la ciudad, en la dirección correcta. Pensamos en llegar a pie pero hacía un calor insoportable y decidimos que seria menos sacrificado seguir a dedo.
Un camión con matricula turca se paró y nos explicó que le era imposible llevarnos, la policía en el siguiente control le pararía y nos echaría del camión. Lo ideal, conseguir subir en un coche particular. Viendo que los minutos pasaban y no paraba nadie, decidimos seguir con la idea de llegar a pie. A la altura del control policial, un chaval joven que iba en un taxi, se baja, el taxi se marcha y nos pregunta si necesitamos ayuda. Le comentamos nuestras intenciones de llegar a Turkmenabat andando o en autostop. El chico decide continuar con nosotros a pie. Situación surrealista, ya que él, ya venía subido en un taxi que iba a Turkmenabat. No entendemos nada, pero el joven no se despegó de nuestro lado y estaba dispuesto a llegar andando hasta la ciudad bajo un sol de justicia. Al rato, empezamos nuestro segundo intento de conseguir un aventón y el joven se nos adelanta para hablar con el conductor. De repente nos vemos subidos en un coche dirección Turkmenabat.
Durante el trayecto hablan de nosotros. Alguna pista nos da el hecho de que el nombre de un país se intuye en cualquier lengua. Llegamos a nuestro destino y teníamos que resolver unos asuntos: cambiar dinero y gestionar la compra del billete de tren a Bayramaly. El chico nos acompañó al bazar a cambiar dinero y a la estación de trenes a comprar los billetes, muy decidido a pagar por ellos, pero le convencimos que no era necesario y que ya nos había ayudado enormemente. ¡Vaya que si lo había hecho! Lo que para nosotros hubiese supuesto varias horas, él nos lo liquidó todo en menos de una. Le estuvimos dando las gracias por un buen rato. Cuando se aseguró que ya estábamos en la estación de trenes, se despidió y marchó. Nos alegra enormemente el corazón encontrar gente así, sin más interés que el de ayudar.
Cuando uno se siente feliz, se le abre el estómago y el hambre aprieta. Fuimos en busca de algún sitio para comer mientras daba la hora de subirse al tren. Encontramos una cantina, y señalando preguntamos el precio de cada uno de los platos que tenían presentados en una vitrina, no eran más de 6. Fue rápido y también muy barato respecto el cambio de moneda que acabábamos de hacer. Pedimos tres platos y un termo de té.
Bayramaly es una ciudad turkmena que se encuentra muy cerca de las ruinas de Merv. Paramos aquí porque conseguimos CS con un local de la ciudad. Una gran oportunidad y algo insólito. Los miembros de esta comunidad en el país, por el momento, esconden esta práctica. Con esta oportunidad, nuestra parada estaba más que justificada, más que todas las ruinas de Merv. Nuestro anfitrión en ese momento no estaba en la ciudad pero nos dejó su apartamento y un amigo que nos acompañaría durante el tiempo que íbamos a estar. Claro que nos acercamos a visitar las ruinas, pero no se puede comparar ni por asomo con la experiencia en el bazar de Bayramaly, las interesantes conversaciones con el amigo de nuestro anfitrión – empleado de una explotación de gas, del cual Turkmenistán es el cuarto país exportador del mundo – o las salidas nocturnas a garitos algo kitsch donde podíamos ver como se divertía la gente local. Alucinábamos en colores. En un país con visa de tránsito y nos estábamos moviendo por donde queríamos como un local.
Sometidos a un régimen autoritario donde la democracia brilla por su ausencia y su presidente hace y deshace a su antojo, la población sabe lo que hay. Los jóvenes, con más ansias de libertad que de móviles de última generación, esperan un cambio. Un cambio que resulta complicado. Páginas de internet censuradas, las protestas perseguidas y un gran poder de estado hacen que ese cambio no se dé. Como en la mayoría de países, una sociedad mucho más avanzada que su gobierno, con ganas de libertad pero con las manos atadas. Solución, emigración. Por eso nuestro anfitrión en Bayramaly se entusiasmó cuando vio nuestro interés por la situación política y económica del país, nos puso al día con toda clase de detalles. Igual que nuestro amigo espontáneo del primer día, se preocupó hasta el último momento por todo. Compramos juntos los billetes de tren, insistió en invitarnos a comer antes de irnos, nos acompañó a la estación y se aseguró que estábamos en nuestros asientos asignados. Una vez le convencimos que no íbamos a tener ningún problema se sintió libre para seguir su vida.
Igual que para nosotros, para él es una oportunidad única de interactuar con personas de otro país y recibir noticias del exterior.
El tren tomó velocidad y nos acomodamos en nuestras literas, hicimos migas con unos chicos que estaban en otro camerino, pero enseguida caímos en un sueño profundo que solo fue interrumpido al llegar a la estación de Ashgabat. Realmente viajar en tren en este país es un lujo, un lujo baratísimo.
Al llegar, no teníamos ganas de cargar con las mochilas y las dejamos en la consigna de la estación de trenes con la idea de encontrar un lugar económico donde pasar la noche. Veníamos advertidos que el tema del precio en alojamientos estaba por las nubes. Nos fuimos directamente al hostal del cual llevábamos referencias. Nos quedamos sin dudarlo. El precio, aunque alto para la poca calidad del sitio, tampoco estaba mal. Era solo una noche y no queríamos perder todo el día en busca de uno más barato. En ese momento preferimos creer que no hubiéramos encontrado algo más económico.
La capital de Turkmenistán es la ciudad de Ashgabat, una ciudad hecha por y para su presidente. A primera vista es una ciudad limpia y reluciente a cualquier hora del día, sobretodo el barrio de Berzengi. Color estrella, el blanco. Material, el mármol. Zonas perfectamente diseñadas: jardines cuidados, fuentes por todos los lados y estatuas doradas del presidente. El culto a su persona es visible en toda la ciudad.
Ashgabat posee muchísimos edificios modernos y muy surrealistas. Hay cierta vigilancia por la ciudad, sobretodo en las calles cerca del palacio presidencial – a nuestro gusto, el mejor edificio de la ciudad. Es una pena, pero no se puede ver en su totalidad con sus impresionantes cúpulas doradas, ya que no es posible acceder ni fotografiar. Por esta zona las calles están desérticas. El parque de la independencia también es un lugar al que ir. Está lleno de estatuas, monumentos y fuentes de agua por todos los lados. En este parque se encuentra el monumento al Ruhnama, el libro que dicta la conducta y comportamiento de los ciudadanos del país. El bazar de la ciudad es un lugar interesante en el que caer para comprar algo para comer. Al finalizar la visita de la ciudad hicimos acopio para la cena y nos fuimos al aire acondicionado de la habitación. Ese día anduvimos por una ciudad en la que el termómetro marcaba 50ºC.
El último día en Turkmenistán lo dedicamos a salir del país, desde la estación de autobuses Awtocombinat cogimos un autobús interurbano que nos llevó hasta Tejen. No teníamos ni idea si podríamos continuar en autobús o en taxi compartido hacia Sarahs, pero nos arriesgamos. La lógica nos hacía pensar que era totalmente factible. En caso contrario, siempre podríamos seguir a dedo hasta la frontera. Llegados a la población preguntamos por los horarios de autobuses a Sarahs. El señor que llevaba el bar de la estación nos comentó que el próximo en salir lo haría sobre el mediodía. Demasiado tarde porque queríamos llegar esa misma tarde a Mashhad (Irán). Él nos explicó que los taxis compartidos salen a cada rato y que cuesta 20 manats por persona. Llamó para averiguar el próximo y nos pasaron a buscar por la estación de autobuses. El dueño del bar resultó ser un tipo cojonudo. Nos invitó a café mientras esperábamos que viniera el taxi y nos tramitó todo para que el taxista nos llevara hasta la mismísima frontera.
Antes de la carrera, cada uno de los integrantes del taxi pagamos, no solo conseguimos llegar hasta la frontera con Irán, sino que además lo hicimos en un taxi pagando igual que los locales. Por el camino, un control militar con ganas de romper la monotonía nos chequeó los pasaportes y preguntó curiosidades de nuestro país. Bromearon un buen rato y nos dejaron seguir camino.
De nuevo llegamos a otra frontera y nos apena tener que marcharnos tan pronto, pero sabíamos las reglas del juego. Con la cabeza gacha cruzamos el control fronterizo turkmeno y mostramos nuestros pasaportes. De nuevo se dibuja una sonrisa en nuestra cara. Al otro lado, Irán.