Koh Lanta

Después de unos días por Bangkok, llegó el momento de poner rumbo hacia las islas del sur de Tailandia. Sí. Esas islas paradisíacas de arena blanca, agua turquesa y cocoteros. Un autocar y luego un minibús hasta nuestro primer destino isleño, Koh Lanta.

Ésta isla sería la primera, el primer contacto con una de esas tantas playas de las que mucha gente nos había hablado y tantas fotos habíamos visto. Así que llegamos a Koh Lanta, una isla familiar y desahogada. Ha sido como un soplo de aire fresco.

Nuestros primeros pasos ya nos advierten que en toda la isla reina la tranquilidad, un ligero rastro turístico, que pasa desapercibido con el ir y venir de los habitantes. Ban Saladan es su población más importante y donde hemos decidido alojarnos.

Después de dejar los bártulos en el guesthouse nos vamos a ver la playa de Ban Saladan, descalzos pisamos la arena y contemplamos el mar. Quizá por el contraste o quizá por su amplitud sentimos una sensación de libertad, esto ya es otra cosa. Antes de dormirnos lo tenemos claro, mañana hay que alquilar una moto para los dos días siguientes y así recorrer la isla.

Hemos visitado la Old Town que fue el primer puerto de la isla, el Mo Koh Lanta National Park, el Sang Ga U, asentamiento de los sea gypsis y por supuesto las diferentes playas. Por lo general, sus playas no son de las más espectaculares de Tailandia pero si cabe destacar que hemos estado totalmente solos en muchas de ellas.

Sentados en la playa de Long Beach disfrutamos de una bonita puesta de sol, mientras los longtail boats cruzan las aguas de una playa a otra. Al caer el sol los bares costeros encienden sus luces para los que quieran relajarse tomándose algo frente al mar, pero Ban Saladan va apagándose poco a poco hasta quedar completamente sumida en un absoluto silencio.