La prometida Luang Prabang

Este punto del viaje por Laos, prometía sorpresas. Una ciudad totalmente diferente a lo que habíamos visto hasta ahora, un poco afrancesada y un nivel de vida más alto de lo habitual. Sí, todo lo que habíamos oído era cierto, no tiene nada que ver.

Luang Prabang es una ciudad totalmente entregada al turismo y esto en ocasiones, pierde encanto. Pese a todo eso, la ciudad es muy bonita e invita a permanecer unos días. Sus calles de aceras anchas, templos que se mezclan entre las viviendas de estilo francés, bakerys, un mercado nocturno con un sinfín de oferta gastronómica y prendas para vender.

Levantarse pronto es una manera de ver las dos caras de la ciudad. Temprano el mercado se llena de lugareños y el ambiente que se respira es mucho más parecido al resto del país, pero al dar la hora habitual del despertar occidental todo cambia, los tuk-tuk salen al encuentro del turista para ir a ver la waterfall, o lo que haga falta! Los puestos de bocadillos y batidos se ponen las pilas para servir a los hambrientos falangs y el mercado pasa a ser un safari más en la diversa oferta de excursiones de aventura, sin mencionar el paseo de los monjes a primera hora de la mañana.

Esta ciudad es Patrimonio de la Humanidad y por eso pasan miles de turistas cada día por ella y a nosotros que nos gusta meternos por los lugares menos encantadores, nos fuimos hasta las afueras de la parte antigua para ver cuán de diferente es ésta parte de la ciudad que no visitan más que unos pocos. Cruzamos un puente sobre el Nam Khan, con cierto respeto a la sensación que produce andar sobre unos tablones de madera a unos pocos metros de altura, no apto para los que sufran de vértigo.

¿Que encontramos? Nada, únicamente una sensación diferente de la ciudad que no habíamos visto en la zona turística, más cercana y menos ficticia.